Lucila, mujer rica a punto de casarse, enferma
bruscamente de meningitis y en el delirio de la fiebre pronuncia ardientes
palabras de amor hacia un don nadie que supo trabajar como peón en la estancia
familiar.
Su hermano y su novio reciben una urgente indicación
médica: localicen a ese sujeto.
El hombre en cuestión será obligado a permanecer junto
al lecho de la enferma con fines terapéuticos. Sin embargo ella parece
necesitar de él algo más que paliativos médicos.
“Lucila o la fiebre” es la historia de un amor loco.
En ella el amor brota exagerado y tempestuoso como una
fuerza natural para hundirse
irremisiblemente en el abismo de la sociedad de los hombres.
Negación radical del folletín, en “Lucila” el amor no
mueve montañas ni cruza fronteras, geográficas o de las otras.
Los derechos del amor, aún en su debacle, o justamente
por su causa, parecen querer enjuiciar esas pequeñas operaciones contables del
deseo que llamamos romance y matrimonio.
A partir de
personajes y situaciones del cuento de Horacio Quiroga “La meningitis y
su sombra”, la obra de teatro explora los límites de una redención imposible,
la de Lucila, la niña rica, y Lencina,
el callado servidor, convocados a una furtiva cita bajo el ojo paranoide
del poder que los sigue de cerca.
Una caja musical evoca
en la pareja a Orfeo, el músico que venció a la muerte, y a Eurídice, su
malogrado amor. En delicado sobrevuelo los amantes del mito soplarán sus
vientos báquicos sobre los protagonistas
para arrasar el escenario donde el cálculo y las conveniencias urdían su trama.
Porque en “Lucila” las palabras queman, y cuando el
amor sube a los labios convertido en lava ardiente destruye lo que encuentra a
su paso.
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